ESCUCHO de fondo la televisión. En ella cuentan que una patera, una más de tantas, acaba de llegar a las costas españolas.
Pero ésta tiene algo diferente a las demás porque en ella viajan siete mujeres embarazadas y una de ellas se ha puesto de parto en plena travesía. Los dolores son tan fuertes que no hay tiempo para llegar a tierra. Algunas compañeras se ponen manos a la obra y ayudan a nacer a Happiness, tres kilos seiscientos ochenta gramos de felicidad. Con hipotermia y muy débiles, madre e hija sobreviven a la experiencia y son rescatadas por Salvamento Marítimo.
Y entonces escucho cosas como que el viajar estando embarazadas es una “treta habitual” de las inmigrantes ilegales porque “creen que dando a luz en nuestro país su hijo adquiere inmediatamente la nacionalidad española”. Las acusan también de no dudar en “poner en peligro la vida de los pequeños con tal de obtener la ansiada ciudadanía”. Ya lo tenemos, qué sencillo es culparlas. Son inmigrantes, mujeres y malas madres. Están condenadas.
PERO, ¿cómo pueden salir embarazadas de sus lugares de origen si resulta que esas mujeres recorren hasta 6.000 kilómetros –buena parte de ellos a pie– en un viaje en el que emplean más de dos años? Hace unos meses, la asociación Women’s Link Worlwide presentaba los demoledores datos de una investigación sobre las mujeres subsaharianas que cruzaban África para llegar hasta Europa. Los testimonios que ofrecía la investigación eran de una violencia extrema, el relato de viajes en los que sus derechos son violados sistemáticamente por las redes de trata de humanos, por otros inmigrantes, pero también por las autoridades y la policía de los países por los que transitan.
La mayoría de estas mujeres relata violaciones en cadena. Otras se ven forzadas a conseguir dinero como sea, por lo que mendigan o ejercen la prostitución para sobrevivir.
Y en respuesta a eso, prácticamente la mitad de todas estas inmigrantes eligen el menor de los males: tener un “marido de camino” que, a cambio de disponibilidad sexual y trabajo doméstico, las proteja de ser violadas por otros hombres y se encargue de su supervivencia. Aunque tampoco es extraño que esos “maridos de camino” las abandonen a su suerte en mitad del trayecto, algunas, ya irremediablemente embarazadas o contagiadas de SIDA u otras enfermedades de transmisión sexual.
Algunas optan por provocarse abortos ellas mismas, poniendo en grave riesgo su vida. A otras las obligan a abortar los propios traficantes de personas que las explotan durante todo el viaje porque embarazadas son más lentas y menos rentables.
Artículo de Carme Chaparro en MujerdeHoy
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